En el mal ventilado despacho del investigador, me envolvió el olor a tabaco barato y café. Enfrente, ante el enorme escritorio cargado de papeles, estaba sentado el detective Sergei Petrovich. Sus penetrantes ojos grises se clavaron en mí.
- Entonces, Elvira Alexandrovna -comenzó-, cuéntame otra vez lo que viste.
Era un hombre alto y majestuoso, de unos cuarenta y cinco años. Su corto cabello oscuro ya había encanecido, y su rostro, de fuerte carácter, tenía profundas arrugas. Pero lo que más me llamó la atención fueron sus ojos: de un gris penetrante, con chispas de interés y... algo más que no pude precisar.
Me tragué el nudo que tenía en la garganta y volví a empezar mi historia. Sobre ir a la casa de mis amigos, sobre conocer a la chica, la supuesta hija de mi jefe, en un sendero del bosque. Sobre el coito en grupo de la chica con tres hombres. Cómo, a su regreso. ella descuartizó a sangre fría el cadáver de un lobo.
Sergei Petrovich frunció el ceño, tomando notas en su cuaderno.
- ¿Conocía a estos hombres? - preguntó.
- No. Los vi por primera vez -respondí entusiasmado-.
- Estos hombres... ¿eran violentos? - preguntó pensativo Serguéi Petróvich.
- No, cien por cien no. A ella le gustaba mucho ... ya lo ve... Definitivamente, sé distinguir cuando una mujer se siente bien -dije un poco apenado.
El investigador se sonrojó y miró por la ventana.
- ¿Seguro que era un lobo? - preguntó.
- Por supuesto -asentí. - Vi sus huellas, su pelo rojo ceniza.... Era enorme.
- ¿Y qué hacía Elizabeth con su cadáver?
- Ella... Lo estaba descuartizando -dije con un escalofrío en la voz-. - Muy hábilmente, como si lo hubiera hecho más de una vez.
Serguéi Petróvich se mordió el labio pensativo.
- ¿Sabes que esta chica está inscrita en un psiquiatra? - Me sorprendió.
- No -susurré, aturdido por la noticia-.
- Sí, tuvo problemas mentales cuando era joven -continuó el detective-. - Pero últimamente parecía comportarse con calma.
- ¿Por qué iba a matar a un lobo? - insistí.
- Todavía no lo sabemos -suspiró Serguéi Petróvich-. - Pero creo que su información puede ayudarnos mucho.
Me levanté de la mesa, me arreglé la falda y me dispuse a salir del despacho.
- Y además... un momento... Elvira Alexandrovna, un pequeño detalle. - el detective desvió la mirada y me preguntó en voz baja:
- ¿Dijiste que la chica, después de varios actos sexuales, te pidió que la lamieras?
- Sí... ella me lo ofreció, - respondí tranquilamente, con interés observando cómo Sergei Petrovich se ruborizaba de nuevo.
- Y usted la rechazó... ¿pero por qué? - inquirió el investigador.
- Hmm... ¿y tú, Serguei Petrovich, en mi lugar, la habrías lamido? - pregunta a pregunta respondí, poniendo al detective en un callejón sin salida.
Sergei Petrovich se quedó callado, sin contestar nada. Él, sin decir palabra, me acompañó con la mirada hasta la puerta, mirándome por último pensativamente el culo.
Por la tarde del mismo día, en mi casa, habiendo llegado del trabajo, me senté en el coche con intención de bajarme de él. Cogí mi bolso con las manos, pero éstas no me obedecieron. Los pensamientos, como abejas, zumbaban y revoloteaban en mi cabeza, sin dar descanso.
De repente, desde la oscuridad del verdor, una sombra se acercó a mí.
- ¿Elvira Alexandrovna? - Sonó una voz familiar.
Era Maxim, el hijo de mi amiga Tanya.
- ¿Maxim? - Me sorprendí. - ¿Qué haces aquí?
- No podía separarme así -respondió, sentándose a mi lado, en el asiento del copiloto-. - Necesitaba hablar contigo.
- ¿Sobre qué?
- Sobre lo que pasó. sobre ese incidente... en el bosque», Maxim se desvaneció. - Sé que viste a Lisa...
- Sí -asentí.
- Es mi hermana -admitió Maxim.
Lo miré atónito.
- Pero... ¿cómo? - murmuré. - No os parecéis tanto...
- Tenemos padres diferentes -explicó Maxim. -
Lisa siempre ha sido un poco extraña. Pero nunca pensé que fuera capaz de algo así...
- Entiendo -susurré, sintiendo mi simpatía por Maxim.
El comportamiento de Tanya me había resultado extraño durante mucho tiempo. Era evidente que me ocultaba algo.
De repente, me pasó el brazo por los hombros y me atrajo hacia él.
- Gracias por escucharme», Maxim apretó sus labios contra mi mejilla.
En ese momento, sentí su aliento caliente, su cercanía.... mi corazón latió más rápido.
Nuestros labios se unieron en un beso. Fue tierno, pero al mismo tiempo apasionado, como si ambos anheláramos este momento.
Maxim deslizó su mano por mi espalda, sintiendo el calor de mi piel. Me acurruqué contra él, respondiendo al beso. Nos separamos, envueltos en pasión.
- Vamos en el asiento trasero, tía Elia -susurró Maxim con voz ronca.
Desabrochándome la ajustada blusa del pecho, asentí, incapaz de resistirme a su deseo.
Por si acaso, conduje el coche a la vuelta de la esquina de nuestra casa, al amparo de los espesos árboles. La oscuridad envolvió el coche en su abrazo, ocultando nuestra pasión prohibida de miradas indiscretas.
Maxim se desabrochó y se bajó los pantalones a toda prisa, mientras yo me subía la falda hasta la cintura y me sentaba encima de él.
- Tía Elia... No tengo góndola», me informó Maxim inoportunamente.
- ¿Entonces por qué has venido? - le respondí, sonriendo burlonamente-. Alcánzalo, cógelo en mi bolso.
Maxim sacó un condón y me lo tendió, sugiriéndome que me lo pusiera en la polla. Rodé suavemente el condón sobre su dura erección mientras las temblorosas manos del joven liberaban mis pechos del sujetador y la blusa.
- Apártame las bragas», le pedí a Maxim, guiando despreocupadamente su mano hacia mi húmedo agujero.
Sentada encima del chico y dejando que su erección me penetrara, comencé una loca carrera. Una carrera del día llamada cabalgar hacia el orgasmo. El lubricante que goteaba por mis piernas y mi polla desde mi lujurioso coño se aplastó y aplastó entre nuestros muslos. Las dos manos de Maksim amasaban diligentemente mis turgentes tetas calientes, meneándome sincrónicamente, ayudándome a meterme más profundamente en su polla.
- Ven por el culo», gemí, »¿quieres follarme por el culo?
Quería variar, quería sorprender al tipo. Pero no creo que pudiera hacerlo. Al fin y al cabo, un joven tan joven ya se folla a su madre y hace cosas desconocidas con su novia.
- Sí, mucho», respondió Maxim.
Me incorporé, apoyando la cabeza en el techo del coche, y bajé de nuevo sobre su polla, pero con el ano. Lo penetraron fácilmente los jugos de mi vagina. Siguiendo montando al joven semental en la posición de cabalgar, rodeé el cuello del joven con mis brazos y lo chupé con mis labios.
Follamos en el coche, perdidos entre los densos arbustos de lilas. Los faros de los coches que pasaban se deslizaban por las hojas, creando sombras extrañas. La cabina estaba en penumbra, ocultando nuestros rostros encendidos y extasiados.
- Elvira, pero te das cuenta de que lo que estamos haciendo es una locura -susurró Maxim, separándose del beso-. - Estás casada.
- Lo sé... ¡y te lo dice el hombre que se folló a la tía Elia delante de sus padres! - respondí, sintiendo que un rubor inundaba mis mejillas. - No puedo evitarlo, Maxim.
Su mirada, llena de deseo y miedo, se deslizó sobre mis labios abiertos, hasta mis pezones, que sobresalían de excitación. Eran como uvas maduras, a punto de estallar con cualquier roce.
- Yo también -respondió roncamente, y sus manos volvieron a deslizarse por mi cuerpo, encendiendo un fuego en mi vientre.
Pero en ese momento, noté que una sombra se acercaba al coche. Bruscamente, aparté a Maxim y miré por la ventanilla.
- Es él», susurré, sintiendo un escalofrío recorrerme la espalda.
Maxim, maldiciendo, se deslizó fuera de mí, en dirección contraria. Me abroché frenéticamente los botones de la blusa, sintiendo que el pulso me latía frenéticamente en las sienes. El orgasmo que había interrumpido mi acercamiento había desordenado todos los colores de mi cabeza.
El pomo de la puerta se movió con un sonido inconfundible.
- Elvira, ¿estás aquí? - sonó la voz de mi marido.
- Sí, enseguida salgo -respondí, intentando que mi voz no flaqueara.
Me calcé, me ajusté la falda, las bragas, el pelo y, respirando hondo, abrí la puerta trasera.
- ¿Por qué estás aquí encerrada? - preguntó mi marido, frunciendo el ceño. - Me estaba preocupando.
- Me he quedado sin gasolina», mentí mirándole a los ojos. - Maxim me ayudó a empujar el coche hacia los arbustos.
- ¿Maxim? - preguntó mi marido, mirando hacia la oscuridad de la cabaña. - ¿Dónde está?
- Se ha ido -respondí, sintiendo que la sangre me subía a la cara-. - Dijo que tenía que irse.
Mi marido asintió, sin dejar de mirarme.
- Vamos -dijo pasándome el brazo por los hombros-. - Te llevaré a casa.
Le miré fijamente a los ojos, aliviada y asustada al mismo tiempo. Alivio de que mi marido no sospechara nada, y miedo de que aquel encuentro pudiera haber sido fatal.
Al entrar en el piso, sentí el tentador aroma del café mezclado con el perfume de un hombre. Las melodías de jazz que venían de la cocina creaban una atmósfera de intimidad inusual.
- Querida... - mi marido habló suavemente con voz aterciopelada. - ¿Cómo fue tu «encuentro»?
«Encuentro», esa palabra resonaba en mi cabeza, pintando vívidas imágenes de Maxim y la tormenta de deseos prohibidos que experimenté. Pero pensé que Alexei se refería a una reunión con el investigador.
- De acuerdo», murmuré, sintiendo que una oleada de vergüenza me subía por la cara otra vez.
Alexei no preguntó. Me sirvió un café cargado y me acercó una silla, pidiéndome insistentemente que me sentara.
La conversación fluyó perezosamente, tocando nimiedades cotidianas, pero tuve la sensación de que él lo sabía todo. Su mirada penetrante, normalmente afectuosa, parecía ahora punzante, como si leyera mis secretos más íntimos.
- Elvira -dijo por fin, dejando la taza de café sobre la mesa-, tengo algo que decirte.
El corazón me dio un vuelco en el pecho, anticipando algo malo.
- Sé -su voz sonaba ronca- que tienes a otra persona.
Las lágrimas brotaron de mis ojos, dejando senderos húmedos por mi mejilla.
- ¿Cómo has...? - susurré débilmente.
- No importa -me despidió-, lo que importa es que quiero que vuelvas.
«¿Volver? - El pensamiento resonó en mi corazón. No quería perder ni a mi marido ni la atención de otros hombres.
- No sé qué decir -murmuré, sintiéndome patética y acorralada.
- Dime cómo te sientes -me exigió, con su mirada ardiente como brasas.
Cerré los ojos, recordando los fervientes besos de Maksim, sus hábiles manos deslizándose por mi cuerpo y los gemidos que me arrancaba en el pecho al introducir su dura polla en mis entrañas.
- Me siento culpable -confesé- ante ti, ante Maxim....
- ¡No hables de él! - gritó, con una sombra de ira parpadeando en sus ojos-. - ¡Quiero que pienses sólo en mí!
Aquella noche Alexei estaba incansable.
Sus labios besaron mi cuerpo con avidez, dejando huellas húmedas en él. Sus manos, fuertes y poderosas, se deslizaron sobre mi piel, avivando el fuego de la pasión. Alexei lamió todos mis putos agujeros hasta dejarlos relucientes. Yo, con las piernas abiertas, gemía fuerte y me retorcía como una serpiente sobre la cama. Su lengua me penetró tan profundamente que creí que había llegado hasta mi útero. Al mismo tiempo, mi marido me hurgaba el ano con los dedos como si quisiera meterme mano.
Era como si quisiera borrar de mi mente todos los recuerdos de Maxim, poseerme sin dejar rastro.
No me resistí, sometiéndome a su presión. Un gemido tras otro se escapó de mis labios cuando por fin entró en mí, clavándome su polla chorreante en las entrañas junto con sus huevos, provocándome un gozo increíble y un orgasmo largamente esperado.
Me desperté sola. Me zumbaba la cabeza y tenía la boca seca. Me costó abrir los ojos y me levanté de la cama. En la mesilla había una nota: «En el trabajo. Te quiero».
La apreté con la mano y sentí que una lágrima resbalaba por mi mejilla. No sabía qué hacer. ¿Cómo elegir entre hombres que me son igual de queridos?
En ese momento recibí un mensaje en mi teléfono de Sergei Petrovich: «¡Ven urgentemente a la escena del crimen!».
El corazón se me apretó en el pecho. «¿De verdad le ha pasado algo a Maxim?».
Salí corriendo, cogí un taxi y me apresuré a llegar al lugar del crimen.
Una sección de bosque acordonada, coches patrulla, ambulancia....
En la densa hierba, bajo un extenso roble, yacía el cuerpo sin aliento de Lisa.
Junto a ella, con un cuchillo ensangrentado en la mano, estaba Maxim.
«Joder...» - esta frase, como una corriente eléctrica, paralizó mi cerebro.
En el mal ventilado despacho del investigador, me senté frente a Maxim, sin dejar de mirarle. Su rostro estaba pálido y el horror se reflejaba en sus ojos.
- Maxim, ¿qué pasó? - susurré débilmente.
Se quedó callado, sólo movía la cabeza, incapaz de contener las lágrimas.
- No era mi intención... - exclamó finalmente. - Ella... ella me atacó.
- ¿Cómo? - preguntó Serguéi Petróvich.
- Fui a hablar con ella -tragó saliva Maksim-. - Para decirle que sé de su... secreto. Ella... se volvió loca. Me atacó con un cuchillo....
- ¿Y te defendiste? - Preguntó el detective.
- Sí, - Maxim asintió. - No quería matarla...
Sergei Petrovich frunció el ceño con disgusto.
- 'Maxim, necesitamos pruebas', dijo. - Si tienes una coartada, dínosla.
- 'Estaba solo', se hundió Maxim. - Nadie puede corroborar mis palabras.
- Qué lástima -suspiró Sergei Petrovich-. - Hasta ahora todas las pruebas están en tu contra.
De repente, la puerta del estudio se abrió y Tanya, la madre de Maksim, irrumpió en la habitación. El ruido de sus tacones sobre el parqué, el remolino de su pelo rojo, sus brillantes ojos verdes... irrumpió llenando todo el espacio.
Su esbelta figura, ataviada con un ajustado vestido de color cereza madura, mostraba todos los encantos del cuerpo maduro de una mujer. Unos tacones altos aumentaban su estatura y alargaban infinitamente sus piernas. El carmín escarlata en sus labios carnosos y el maquillaje brillante acentuaban sus intenciones.
- Maxim», exclamó, acercándose a la mesa y golpeándola con la palma de la mano. - ¿Qué está pasando aquí? ¡Suelta a mi hijo de una vez!
Su voz era de acero y sus ojos brillaban con fuego. Estaba dispuesta a todo para proteger a su hijo.
Sergei Petrovich, poco acostumbrado a semejante presión, la miró confuso.
- Espera, por favor -murmuró-. - Tenemos que averiguar...
- ¡Ya lo he averiguado todo! - le interrumpió Tanya-. - '¡Mi hijo no es culpable de nada! No es capaz de algo así!».
Miró fijamente al investigador, y éste apartó involuntariamente los ojos. Había algo de leona en aquella mujer, dispuesta a desgarrar a cualquiera que se entrometiera en su cachorro.
- No permitiré que mancille su nombre. - continuó, con voz cada vez más fuerte-. - Conozco a mi hijo y te digo que es inocente.
Maxim, conmovido por la preocupación de su madre, la miró agradecido. Ella era su único apoyo en esta situación.
- Mamá», dijo Maxim, chocando contra su hombro. - No quería...
- Lo sé, hijo -Tanya le acarició la cabeza-. - Ya lo sé.
Se volvió hacia Sergei Petrovich. Tanya estaba radiante, en su rostro se leía la respuesta, como si ya hubiera desentrañado toda la historia.
- Puedo responder por mi hijo -dijo con firmeza-. - No es un asesino.
- ¿Tiene pruebas? - preguntó el detective.
- Sí -asintió Tanya con seguridad-. - Las tengo.
Sacó un teléfono móvil del bolso y se lo entregó a Sergei Petrovich.
- Es un vídeo de mi piso -explicó-. - Muestra que Maxim estaba en casa en ese momento.
La cámara del circuito cerrado de televisión del piso de Tanya había grabado sucesos que otros habrían preferido ocultar.
El investigador, con el ceño fruncido, miró el vídeo en su teléfono. La pantalla recorría el salón del piso de Tatiana, inundado de luz tenue.
La primera en aparecer en el encuadre fue Tanya, vestida con una bata corta y ajustada. Miró ansiosa hacia la puerta, arreglándose el pelo. Pronto se abrió la puerta y un tipo entró en el piso. Era el amigo de Maxim de la universidad, Andrei. Era alto y delgado, con el pelo oscuro. Tanya lo saludó con alegría, abrazándolo y besándolo. Andrei le devolvió el beso, deslizando la mano por su redondo culo.
En ese momento, Maxim apareció en el encuadre. Se quedó inmóvil en la puerta, mirando a la pareja con indisimulada sorpresa. Tanya, al darse cuenta de la presencia de su hijo, se sintió avergonzada y se apartó del chico. Pero Andrei, sonriendo con indiferencia, tendió la mano a Maxim. Sin mirarle, Maxim le estrechó la mano. Los minutos siguientes transcurrieron en un tenso silencio. Tanya iba de un lado a otro, ofreciendo bebidas y aperitivos a todo el mundo. Andrei parloteaba, intentando animar el ambiente, pero Maxim le contestaba con una sola palabra. En algún momento, Maxim, incapaz de soportarlo, abandonó el salón. Tanya, lanzando una mirada culpable a Andrei, se arrodilló frente a él y se llevó la polla a la boca.
Sergei Petrovich miró a todos los presentes y sonrió. «Qué giro», murmuró.
El detective siguió mirando el vídeo con atención. Sintiéndose incómodo, tosió nerviosamente.
En la pantalla, Tatiana se subió al sofá y se abrió de piernas, echándose hacia atrás la bata. Andrei se puso detrás de ella y se folló a la madre de Maksim a lo bestia durante unos minutos. Luego Andrei sacó la polla de Tanya y discutieron acaloradamente sobre algo. Maksim volvió a la habitación. Ya estaba desnudo, con la polla al aire. Mientras los dos discutían, la madre se desnudó completamente y se tumbó en el sofá. Mirando a los chicos, se masturbó suavemente entre las piernas. Luego, aparentemente de acuerdo, Maxim se tumbó en el sofá boca arriba, tirando de su madre encima de él. Andrew separó las nalgas de la mujer y le introdujo la polla hasta el fondo del culo.
El vídeo explícito era bastante largo, de unas dos horas. Serguéi Petróvich frunció el ceño, mirando selectivamente algunos trozos. Sus dedos se deslizaban por la pantalla del teléfono de Tatiana, deteniéndose en los momentos más sabrosos.
Casi todo lo que había visto antes en el porno pasó ante sus ojos. Doble penetración de una mujer con todo tipo de cambios de agujeros, coito en grupo de una madre, culo a boca... todo esto provocaba en el hombre los sentimientos más ambiguos.
Maxim, sentado enfrente, estaba nervioso, mirando furtivamente a su madre. Su cara ardía de rubor.
- ¿Está diciendo que Maxim estaba con usted en el momento del crimen? - El investigador se separó de la pantalla y miró fijamente a Tatiana.
- Sí, así es -respondió ella con seguridad, manteniendo la mirada fija en él-. - Grabamos los vídeos juntos.
El investigador volvió a mirar el teléfono con los labios tensos. Al cabo de unos minutos, se reclinó en su silla y dijo dubitativo:
- Hmm, qué curioso. No es frecuente encontrarse con una coartada así.
Sergei Petrovich desvió la mirada hacia Maksim: «¿Y qué puedes decir?».
Maxim tragó saliva nerviosamente: «Я... Confirmo las palabras de mi madre. Fuimos nosotros».
El investigador asintió, pero no había ni un ápice de certeza en sus ojos.
- Bien. Gracias por la información. Necesitaré algo de tiempo para ordenarla.
Dejó el teléfono a un lado, con una expresión pensativa en el rostro. No había nada delictivo en el vídeo, pero sin duda era algo en lo que pensar. ¿Qué hay realmente detrás de este encuentro aparentemente inofensivo? ¿Y qué papel juega el amigo de Maxim en esta historia? Las respuestas a estas preguntas están aún por encontrar.
- De acuerdo, - murmuró Sergei Petrovich. - Lo investigaremos. Por supuesto, puede ser una coartada para Maxim, pero necesito incautarle la cinta como prueba física.
Tanya asintió satisfactoriamente. «Eso está bien», dijo, arreglándose el pelo rojo. - «Ahora si nos disculpas, tenemos que irnos».
- Un momento... usted, Elvira Alexandrovna, es libre de irse, pero le pediré que se quede un rato -dijo el detective, mirando a Tatiana y a Maxim.
- Por supuesto -asintió Tatiana-. - No tenemos prisa.
Maxim asintió en silencio.
Al salir del despacho, exhalé con alivio: «Espero que les crea».
Algún tiempo después, Maksim y su madre salieron del despacho del investigador. Tatiana se abrochaba el vestido y se ajustaba hábilmente la bisutería.
- ¿Y bien? ¿Cómo? - pregunté confuso a Tatiana.
- No pasa nada, Elia. Me ha pedido que te enseñe los lunares que tengo en el culo -respondió mi amigo riendo.
- ¿En serio? - mis ojos se abrieron de par en par, sorprendidos. - ¿No estarás de broma?
- Sí, tanto los de Maxim como los míos. ¿Te lo imaginas?
Apenas podía contener mi sonrisa mientras los miraba. Quería creer que esta historia terminaría felizmente.
Tatiana tomó a Maxim del brazo y lo condujo hacia la salida. Sus pasos eran seguros, la espalda recta y la cabeza alta. Estaba dispuesta a luchar por su hijo hasta el final.
Sergei Petrovich dejó marchar a Maksim, pero el caso no estaba cerrado. La investigación continuó, pero no se encontraron nuevas pruebas. Finalmente, el caso se cerró por falta de pruebas. Maxim se quedó con su familia y su madre. Todo el mundo sabía que él no había matado a Lisa, pero entonces ¿quién lo había hecho?
La respuesta a esa pregunta seguía siendo un misterio.
Epílogo.
Unos meses más tarde, estaba sentado en el porche de mi dacha, leyendo un libro. De repente, se oyó un crujido en el jardín. Levanté la vista y vi a... a Lisa. Estaba viva.
- ¿Lisa? - grité. - ¿Pero cómo?
Ella sonrió.
“Fingí mi muerte”, dijo. – Tenía razones para esto.
- ¿Cuales? – pregunté completamente atónito.
"No puedo decírtelo", Lisa sacudió la cabeza, susurrando. "Pero debes saber que no quería matar a nadie". Sólo quería escapar.
- ¿Huir? – pregunté de nuevo, sin dar crédito a mis oídos. - ¿De quién?
"De ella", Lisa apretó los puños. - De mi madre...
- ¿Tu madre? – Fruncí el ceño. - Pero ella...
"Ella no es lo que parece", sonrió Lisa con amargura. - Ella es sólo una bruja. Ella me hizo cosas de las que ni siquiera puedo hablar.
No sabía qué decir. Me invadió una oleada de simpatía por esta frágil niña.
"Sé que no me creerás", continuó Lisa. - Pero es verdad. Tuve que huir.
“¿Y mataste a otra chica y a un maldito lobo para cubrir tus huellas?” - Yo pregunté.
"Sí", asintió. "Sabía que ella me perseguiría". Y entonces ella piensa que yo morí.
"Pero ella puede descubrir la verdad", miré a Lisa con preocupación.
"No", ella negó con la cabeza. - Ella nunca lo sabrá. Yo me encargué de ello.
Lisa se quedó en silencio, mirando a lo lejos.
“Jodido…”, volvió a pasar por mi cabeza.
"Sé que cometí muchos errores", dijo. "Pero quiero empezar una nueva vida". Y espero que me ayudes.
No pude rechazarla y le tendí la mano. En los ojos de Lisa vi dolor, miedo, pero también esperanza.
“Te ayudaré…” dije.
